viernes, 17 de octubre de 2014

El Target del Taijiquan 3 (Final)




Con todo este desaguisado no es de extrañar que cada vez haya menos profesores interesados en enseñar el arte en su conjunto y que, por otra parte, proliferen los esperpénticos personajes salidos de una novela del siglo XIX intentando recrear un entorno quijotesco en una sociedad industrial y tecnológica como es la nuestra. No quiero decir con esto que todos los que pretenden abordar estudios o prácticas señaladas como de órdenes monásticas sean este tipo de personajes, pero el terreno es en realidad muy fecundo para estas emergencias.
En ambos casos, la situación se presenta en toda su crudeza y no debe extrañarnos que, poco a poco, lo que conocíamos como arte marcial interno se termine convirtiendo en gimnasia suave y relajada en la que los elementos místicos del profesor se transfieren al alumno en una especie de alquimia insospechada que siempre suele llevar el sello del «pague usted su iluminación repentina que yo después me quito el moño y me voy de copas». También es posible que sea lo que obedece en justicia para alumnos o interesados a los que no les interesa, valga la redundancia, en absoluto profundizar en nada sino que, por encima de todo, pidan que el arte en su conjunto se adapte al ideal que ellos se habían formado. Un ideal basado en una película, un anuncio, una imagen de una revista o un petardo muy cerca de la cabeza.
En esos casos, parece que el precio nunca es un problema. Cuando la promesa es la iluminación, el reconocimiento como heredero de un linaje que ni los mismos historiadores chinos se terminan de creer, me refiero al Taijiquan, y la imposición de una jerarquía humana que sitúa a unos más avispados por encima de otros sedientos de algo que no saben, ahí si merece la pena pagar lo que haga falta. Si para colmo se entrega diploma certificando la jugada, pues todo el mundo feliz. Esta es la cruda realidad.
Ante esta perspectiva, pocas son las posibilidades que tiene un profesor de Taijiquan que pretenda enseñar el arte en su conjunto. En realidad no tendrá muchas si pretende vivir de su trabajo. Podrá enseñarlo si su medio de subsistencia es otro. A partir de ese momento es posible que decida dar clases en un polideportivo a cuarenta personas cobrando 6 euros la hora en el mejor de los casos. Cuarenta personas de las que unos días repetirán sesión unas y otros días repetirán otras, si la clase de Spinning estaba llena ese día. El panorama aparenta ser desolador de cara a este objetivo.
Pero también existen otras opciones que no hay que descartar. La enseñanza, la cultura, la formación desde los elementos externos del arte pueden cambiar esta perspectiva. Cambiar el objetivo de atracción de los alumnos ofreciendo algo de lo que realmente están buscando.
Los interesados en practicar artes marciales están buscando desarrollar un método de defensa personal, quieren seguridad, fortaleza física, robustez de carácter. Todos estos elementos se pueden encontrar en la práctica marcial interna, pero hay que tener una madurez en la práctica para darse cuenta de ello. Por este motivo, la formación inicial en Taijiquan para interesados en artes marciales quizá debería, tal y como están las cosas, comenzar desde la enseñanza y aprendizaje de una estructura externa de combate, un sistema que integre aquellos elementos tangibles, contundentes y efectivos a medio plazo. A partir de ahí, cuando el yang llegue a su cenit y la técnica se encuentre con otra técnica, el máximo de fuerza con otro máximo de fuerza y la desesperación con la necesidad, en ese momento mágico, es posible que los conceptos de ceder, seguir, transformar y tantos otros cobren un inmediato sentido.
Para llegar a ese momento el alumno debe crecer en seriedad, en humildad. Debe desprenderse de toda la basura televisiva que traía en la mochila. Debe dejar que el profesor haga su trabajo y no imponerle esto o aquello que le ha comentado su vecino. El alumno debería, como se hacía en las antiguas escuelas de artes marciales chinas, respetar a su padre en el ámbito de la formación marcial, entender que su trabajo es sutil, necesario, complejo, lento, interior, personal, transferible, humilde, sincero y digno de confianza. También tiene que definir personalmente su objetivo en la práctica. Desde ese límite, desde el borde final del yang no queda más opción que saltar a lo complementario o quemarse finalmente en una lateralidad consumidora.
Lo relativo a la imagen terapéutica del Taijiquan se puede abordar con otro compromiso o con otros objetivos de desarrollo que no pueden ser enmarcados dentro del concepto de arte marcial propiamente dicho. Quizá Qi Gong o Taijiquan para la salud, no son definiciones tan extrañas si las vemos desde esta perspectiva.
Por estos motivos, desde nuestra experiencia como centro de formación en artes marciales chinas, creemos profundamente necesaria una cultura marcial previa al inicio del estudio de los estilos internos de boxeo chino. No porque esto sea realmente necesario, sino porque se ha convertido en necesidad en nuestra sociedad según lo que comentábamos al principio. Definir bien el objetivo de la práctica y ofrecer a los alumnos la posibilidad de evolucionar personalmente en la comprensión de esta idea es algo, desde nuestro punto de vista, mucho más honesto que disfrazar el arte de misticismo monástico o desgajarlo en su esencia para presentar un modelo que se adecúe a lo que la tele nos muestra en los anuncios de yogur.